REFLEXIONES TRAS LOS 4 PRIMEROS TALLERES

Terminado el cuarto taller del plan de intervención que estoy llevando a cabo en el centro, siento la necesidad de parar, respirar y escribir. Aún queda por realizar el último encuentro, pero me parece importante recoger ahora, en este punto intermedio, todo lo que está emergiendo en mí y en el grupo. A veces, la práctica psicopedagógica no se entiende solo desde lo que hacemos, sino desde lo que observamos, lo que sentimos y lo que nos transforma mientras acompañamos.

Cuando empecé este proceso, tenía muy claras las necesidades detectadas en el grupo: dificultades emocionales vinculadas a experiencias pasadas de rechazo, baja autoestima, inseguridades ante la exposición pública y un uso poco consciente de las redes sociales. Sin embargo, una cosa es conocer una realidad en papel y otra muy distinta es encontrarse frente a frente con personas reales, con historias reales, con silencios que pesan y miradas que cuentan más que cualquier indicador.

El primer taller fue, para mí, una toma de contacto emocional muy intensa. Trabajar sobre la identificación de emociones puede parecer algo sencillo desde el exterior, pero cuando se trata de jóvenes que han aprendido a callar para sobrevivir, cualquier intento de pedirles que pongan nombre a lo que sienten se convierte en un acto de valentía. A pesar de la resistencia inicial, pude ver cómo poco a poco el uso de apoyos visuales, dinámicas de juego y el clima seguro fueron abriendo pequeñas grietas por donde empezó a asomarse su mundo emocional. Ese día entendí que no puedes pedir expresión si antes no construyes confianza.

En el segundo taller, centrado en la empatía y las relaciones, me encontré con algo que no esperaba tan pronto: la memoria emocional. Cuando un alumno revivió una situación de burla del pasado durante una dramatización, fue como ver de golpe todo aquello que había quedado oculto bajo años de silencio. Ese momento me enseñó que el papel del psicopedagogo no es únicamente guiar actividades, sino sostener, contener y acompañar la vulnerabilidad cuando aparece. Pude ver también cómo el grupo reaccionaba, cómo se miraban entre ellos, cómo se cuidaban sin que nadie se lo pidiera. Fue uno de los momentos más humanos del proceso.

El tercer taller, dedicado al uso de redes sociales, me conectó con otra realidad: la impulsividad y la necesidad de pertenencia. Para ellos, el mundo digital no es un espacio aparte, sino una extensión de su vida social. Y sin embargo, la falta de límites claros los coloca en situaciones de riesgo. Trabajar con ejemplos cercanos permitió que entendieran mejor la importancia de proteger su intimidad, pero también me dejó claro que este tema requiere continuidad. No basta una sesión: las redes evolucionan, los riesgos cambian y ellos necesitan acompañamiento permanente.

El cuarto taller, donde construimos juntos un decálogo de convivencia y normas para el uso seguro de redes, fue especialmente significativo. Pude observar cómo iban conectando aprendizajes previos y cómo transformaban conceptos abstractos en compromisos concretos. Para mí fue una confirmación de que las sesiones anteriores habían tenido eco. En sus propuestas aparecían términos como respeto, empatía, calma o responsabilidad digital. Escucharles debatir, defender ideas, negociar y llegar a acuerdos me permitió verles en una faceta más madura y consciente.

A nivel personal, estos cuatro talleres me están moldeando. Me he visto a mí misma dudando, reajustando dinámicas, respirando hondo cuando algo no salía como esperaba y sintiendo un profundo respeto por las historias que me estaban compartiendo. También he descubierto cosas de mí que no sabía: mi capacidad para adaptarme, la importancia de mis silencios, el valor de escuchar sin prisa, la necesidad de observar más allá de lo evidente. La práctica me está enseñando que la psicopedagogía va de personas, de vínculos y de tiempos. Y también de límites, de ética y de presencia.

Ahora, antes de cerrar el proceso con el último taller y de realizar la evaluación completa, siento que detenerme a escribir esto me ayuda a tomar conciencia de lo vivido. Me permite ordenar emociones, integrar aprendizajes y prepararme para la fase final del proyecto. A veces, reflexionar es también intervenir: me ayuda a ver mejor, a comprender con más profundidad y a actuar desde un lugar más consciente.

Sigo adelante con ilusión, respeto y una enorme gratitud hacia el grupo y hacia este proceso que, poco a poco, está dando forma a mi identidad profesional.

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