“Mi historia con las emociones”: primer taller del plan de intervención

El lunes 10 de noviembre tuve la oportunidad de llevar a cabo el primer taller del plan de intervención psicopedagógica “Educación emocional y acompañamiento digital tras experiencias de bullying en jóvenes con discapacidad intelectual”, dentro del programa de Itinerarios Formativos de la Fundación Asindown.

Fue una sesión muy especial, no solo porque marcó el inicio del proyecto, sino porque permitió crear un espacio de confianza y expresión emocional en el grupo, un lugar seguro donde cada participante pudo comenzar a hablar de lo que siente y de cómo las experiencias pasadas han dejado huella en su vida.

El propósito del taller

El objetivo central de esta primera sesión era reconocer y expresar emociones, especialmente aquellas vinculadas a experiencias de exclusión, conflicto o acoso vividas en el pasado.
La actividad buscaba abrir el diálogo emocional de manera sencilla y accesible, utilizando recursos visuales (pictogramas, tarjetas de emociones y música suave) que facilitaran la identificación y verbalización de sentimientos.

Antes de comenzar, recordamos las normas básicas del grupo: respeto, confidencialidad y escucha activa. Quise remarcar que no estábamos allí para juzgar lo que sentimos, sino para comprendernos mejor y aprender a cuidarnos emocionalmente.

El desarrollo de la actividad

Iniciamos la sesión con una breve dinámica de bienvenida para romper el hielo.
Después, mostré diferentes tarjetas de emociones, cada participante eligió una o varias tarjetas que representaban cómo se había sentido en su vida ante diferentes situaciones, y poco a poco fueron compartiendo sus experiencias personales.

Fue un momento muy potente.
Algunos hablaron de situaciones recientes, otros recordaron momentos de la escuela o de relaciones pasadas.
El tema del bullying volvió a aparecer con fuerza, no porque se buscara directamente, sino porque sigue siendo una herida presente en muchos de ellos. Varios participantes contaron con sinceridad cómo se habían sentido cuando se rieron de ellos, cuando fueron ignorados o cuando otros no entendían sus diferencias.

En lugar de centrar la conversación en el dolor, tratamos de reconstruir esas vivencias desde la empatía y la comprensión, reconociendo lo valientes que habían sido al compartir sus historias y valorando su capacidad de resiliencia.

A lo largo de la sesión, fui registrando observaciones y apoyando cada intervención con validaciones emocionales (“eso que sientes es normal”, “muchas personas se sienten así después de pasar por algo parecido”).
Este acompañamiento permitió que la conversación se mantuviera en un tono emocional profundo pero seguro, y que los participantes sintieran que sus experiencias tenían valor.

El mural emocional

Como cierre, creamos entre todos un mural colectivo titulado “Mi historia con las emociones”.
Cada persona pegó su tarjeta en el mural y escribió una palabra o frase que representara su emoción principal: “Me sentí solo, pero ahora estoy bien.” “Antes me daba miedo hablar, ahora puedo contarlo.” “Estoy orgulloso de mí.», etc.

El mural quedó lleno de color, pero sobre todo lleno de autenticidad. Más allá de lo visual, fue una forma de dejar constancia simbólica de que cada emoción tiene un lugar, que todas son válidas y que compartirlas nos ayuda a crecer.

Valoración de la sesión

La participación fue excelente: todos los miembros del grupo se implicaron, incluso aquellos que al principio mostraban cierta timidez. El ambiente fue de respeto y curiosidad. Hubo momentos de emoción, de risa y también de silencio, esos silencios que hablan por sí solos cuando alguien se atreve a poner palabras a lo que antes dolía en silencio.

Desde el punto de vista profesional, esta primera sesión me permitió observar con claridad las competencias emocionales iniciales del grupo —cómo identifican, nombran y comparten sus emociones—, además de reforzar la confianza entre los participantes y conmigo como figura de acompañamiento.

También fue evidente que el tema del bullying sigue siendo un eje transversal que atraviesa muchas de sus experiencias y que, por tanto, deberá seguir trabajándose en los próximos talleres, especialmente en los dedicados a la empatía, la convivencia y el uso responsable de redes sociales.

Reflexión personal

Salir del aula al final de la sesión fue hacerlo con la sensación de que algo importante había ocurrido.
Habíamos dado el primer paso hacia un proceso de reparación emocional y de crecimiento compartido.
Cada historia, cada emoción nombrada, cada gesto de escucha fue un pequeño avance hacia la comprensión y el autocuidado.

Creo profundamente que la educación emocional no consiste solo en enseñar a reconocer sentimientos, sino en ofrecer espacios donde puedan ser acogidos sin juicio y transformados en fortaleza.
Eso fue exactamente lo que vivimos este lunes.

A continuación, dejo una foto de los materiales que utilizamos durante la sesión.
Por respeto al grupo, no muestro el mural colectivo “Mi historia con las emociones”, ya que contiene reflexiones y frases personales que los participantes quisieron mantener en privado.

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