Mi papel como psicopedagoga durante la intervención
A medida que avanzo en la intervención que estoy llevando a cabo en el centro, siento que mi papel como psicopedagoga en formación se ha ido transformando. Al principio, llegué con la sensación de tener que demostrar que sabía hacerlo, que podía dirigir un taller, sostener un grupo, aplicar técnicas adecuadas. Sin embargo, con el paso de las sesiones, he comprendido que la psicopedagogía real va mucho más allá de ejecutar un plan o cumplir un guion. Es presencia, es escucha, es ajuste continuo, es capacidad de leer lo que ocurre incluso cuando nadie lo verbaliza.
Durante estos primeros cuatro talleres, he podido observar cómo mi rol se ha ido moldeando en tres direcciones principales: acompañar, interpretar y sostener. Acompañar ha sido, quizá, la tarea más visible: estar con el grupo, facilitar dinámicas, guiar actividades, hacer preguntas, ofrecer apoyo. Pero acompañar no es solo facilitar, sino estar disponible emocional y cognitivamente. He descubierto que, cuando me sitúo desde una presencia calmada, los chicos responden mejor; cuando yo estoy en calma, ellos confían más y se permiten explorar sus emociones.
Interpretar ha sido la parte más delicada. Como psicopedagoga, he descubierto que debo leer lo que pasa entre líneas: un gesto de tensión en las manos, la mirada hacia abajo cuando surge un tema difícil, un silencio que pesa más de lo habitual. Muchas de estas señales no se nombran, pero indican procesos internos muy significativos. He tenido que aprender a no precipitarme, a no intervenir por intervenir, sino a esperar, observar y actuar cuando es necesario. Este aprendizaje me está enseñando algo fundamental: la intervención psicopedagógica no es invasiva, sino respetuosa y atenta.
Sostener ha sido, para mí, la parte más transformadora. Sostener al grupo emocionalmente cuando aparece un recuerdo doloroso. Sostener a un alumno que se frustra y necesita un espacio seguro para bajar la intensidad. Sostener la mirada de alguien que no quiere hablar, pero que agradece que no lo fuerces. Sostener también mis propias inseguridades cuando sentía que una dinámica no estaba funcionando como esperaba. En este proceso he entendido que sostener no significa solucionar o rescatar, sino ofrecer un espacio estable donde los demás puedan procesar lo que sienten sin miedo a ser juzgados.
También he comprobado que mi papel no se limita al momento del taller. Antes de cada sesión, he tenido que anticipar posibles dificultades, adaptar materiales, pensar estrategias alternativas y revisar mis decisiones éticas. Después de cada sesión, he reflexionado sobre el impacto que he tenido en el grupo, sobre cómo mis palabras, mis gestos o incluso mis silencios han influido en la dinámica. Este ejercicio constante de autorreflexión me ha ayudado a crecer profesionalmente y a reconocer mis propias áreas de mejora.
A nivel ético, me he dado cuenta de que mi responsabilidad es enorme. No puedo pedir que compartan experiencias si no garantizo seguridad emocional. No puedo pedir que se respeten entre ellos si yo no soy un modelo de respeto. No puedo hablar de autoestima si no cuido la manera en que me dirijo a ellos. La coherencia profesional ha sido, para mí, un espejo imprescindible.
Y, aunque he vivido momentos de duda y de autoexigencia, también he experimentado momentos de conexión profunda con el grupo. He visto cómo se escuchaban entre ellos, cómo se atrevían a nombrar miedos, cómo construían normas desde la cooperación. En esos momentos, he sentido claramente cuál es la esencia del trabajo psicopedagógico: ofrecer herramientas para que las personas puedan comprenderse mejor, convivir mejor y cuidarse mejor.
Este proceso me está ayudando a construir una identidad profesional basada en la sensibilidad, la ética, la flexibilidad y el respeto por la singularidad de cada persona. Me está mostrando que el rol del psicopedagogo no es ser protagonista, sino facilitador; no es tener todas las respuestas, sino ayudar a otros a encontrarlas; no es dirigir desde arriba, sino acompañar desde un lugar horizontal y respetuoso.
Hoy, mientras escribo esta reflexión, siento que estoy comenzando a habitar ese rol. No desde la teoría, sino desde la experiencia viva. Y eso, al final, es lo que está dando sentido a todo este proceso de prácticas: descubrir quién soy como psicopedagoga cuando estoy delante de un grupo real, con personas reales, con historias reales. Descubrir cuál es mi manera de acompañar y cómo puedo seguir creciendo para hacerlo cada vez con más conciencia, rigor y humanidad.


Este es un espacio de trabajo personal de un/a estudiante de la Universitat Oberta de Catalunya. Cualquier contenido publicado en este espacio es responsabilidad de su autor/a.