MI TFM EN LAS PRÁCTICAS

El pasado 15 de diciembre llevé a cabo un taller de escritura creativa en el centro donde realizo mis prácticas, una experiencia especialmente significativa ya que esta intervención se enmarca también dentro del desarrollo de mi Trabajo de Fin de Máster (TFM). De este modo, el espacio de prácticas se ha convertido no solo en un contexto de aprendizaje profesional, sino también en un escenario real de aplicación e investigación.

El taller, titulado “Palabras que sienten: taller de escritura creativa para la expresión emocional”, tuvo una duración de dos horas y media y contó con la participación de entre 15 y 20 personas adultas con discapacidad intelectual, usuarias del centro socioeducativo. La propuesta partía de la idea de que la escritura, cuando se adapta y se acompaña adecuadamente, puede convertirse en una herramienta poderosa para la expresión emocional, la comunicación y la creatividad, favoreciendo además la cohesión grupal y el bienestar personal.

Los objetivos del taller se estructuraron en tres grandes ámbitos. Por un lado, se buscó facilitar la identificación y expresión de emociones, así como promover la autorregulación emocional a través de actividades narrativas accesibles. Por otro, se pretendía favorecer el diálogo, la escucha activa y la convivencia, generando un clima de confianza y respeto. Finalmente, el taller tenía un claro componente creativo, orientado a estimular la imaginación y la producción de textos propios en un entorno seguro y motivador.

La sesión se organizó en distintos bloques. En primer lugar, se realizó una bienvenida y activación emocional, donde los participantes pudieron expresar cómo se sentían mediante una “rueda de emociones” apoyada en pictogramas. Esta dinámica inicial permitió crear un clima de seguridad y anticipar el sentido del taller de forma clara y accesible.

A continuación, se desarrolló la actividad “Imagen que cuenta”, centrada en la expresión simbólica. Cada participante eligió una imagen y explicó qué le transmitía, apoyándose en la comunicación oral y visual. Posteriormente, se plasmó esa emoción o idea en una palabra o frase breve que pasó a formar parte de un mural colectivo, reforzando la sensación de pertenencia al grupo.

El núcleo del taller fue la actividad “Mi pequeña historia”, donde los participantes construyeron una mini-narración con apoyo de plantillas en lectura fácil y tarjetas con palabras inspiradoras. El acompañamiento se realizó desde un rol mediador, ofreciendo ayuda verbal y ejemplos sin dirigir el contenido, respetando en todo momento el ritmo y las decisiones de cada persona.

En el bloque de lectura compartida, quienes lo desearon leyeron sus historias al grupo. La dinámica de devolución positiva, basada en frases como “me ha gustado porque…”, favoreció la empatía, el reconocimiento mutuo y la validación emocional, aspectos clave tanto para el bienestar individual como para la convivencia grupal.

Finalmente, el taller concluyó con un cierre emocional, en el que los participantes expresaron cómo se marchaban mediante tarjetas con imágenes o palabras. Este momento permitió recoger sensaciones finales y cerrar la sesión de forma cuidada y respetuosa.

Durante todo el taller se tuvieron en cuenta adaptaciones y criterios éticos fundamentales, como el uso de apoyos visuales, la lectura fácil, la co-escritura cuando fue necesario y el respeto absoluto a los silencios y límites emocionales. En ningún momento se presionó a los participantes para compartir sus producciones, garantizando un entorno no evaluativo y seguro.

Esta experiencia ha supuesto un aprendizaje muy valioso dentro de mis prácticas, ya que me ha permitido diseñar, implementar y observar una intervención real, conectando teoría, práctica profesional e investigación académica a través de mi TFM. Además, ha reforzado mi convicción sobre la importancia de generar espacios de expresión creativa accesibles e inclusivos en contextos socioeducativos.

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